“Creatividad es la cualidad que aportas a cualquier actividad que haces. Es una actitud, un enfoque interno, cómo miras a las cosas”.

Osho

Imagina tener el mundo en la palma de tu mano. No en el sentido del conquistador victorioso, sino en el sentido del creador que sujeta y protege amorosamente a su criatura. Imagina tener el poder de concebir y materializar cualquier realidad que puedas imaginar. Crear y elegir tus propias opciones.

Imagina vivir tu vida cada día como si fuera un viaje al país de las maravillas, donde detrás de cada esquina se te presenten nuevas sorpresas, enigmas y la magia.

Vivir la vida como una aventura creativa con los ojos constantemente abiertos a nuevos descubrimientos. Una vida sin miedos, porque lo desconocido no representa un peligro sino una nueva oportunidad.

Todos somos dioses porque todos nacimos con el potencial interno de ser creadores.

Tal vez no todos podamos hacer inventos que cambien el mundo, pensar en cosas originales o producir obras maestras. Pero cada uno sí puede crear su propia vida.

Existen diferentes enfoques hacia la vida.

Unos perciben que las cosas les pasan, que somos impotentes frente a las fuerzas superiores a nosotros que rigen nuestro mundo, ya sean los dioses, los gobiernos irresponsables, los bancos malvados y todas las otras circunstancias externas que determinan nuestra existencia. Otros asumen la postura del poder y del control. A estos últimos las cosas no les pasan, ellos las fuerzan para que pasen según su voluntad y deseo. Pero como cualquier artista puede afirmar: el proceso de creación en realidad es una mezcla de sentirse como dios, infundiendo vida a algo que existía solamente en su imaginación, y a la vez de rendirse a la merced de aquello que está creando y que en realidad tiene vida propia. Cualquier proceso de creación es en realidad una cocreación.

Para poder crear nuestra propia vida hay que aprender a cocrear con la existencia, ser uno con lo que estamos creando.

El proceso de creación tiene casi las mismas fases que el proceso de dar a luz a un bebé. Hay diferentes fases: concepción, periodo de gestación y desarrollo, nacimiento y separación. Para que la concepción sea posible debe haber un vacío, un hueco que permita albergar en el interior algo nuevo. Para vaciarse uno necesita aprender a mirar en su interior, explorar en sus profundidades. Pero no en el sentido de un autoanálisis, dando constantemente vueltas a algo que existe solo en la cabeza de uno.
Fotografía: Cortesia de Jennifer Trovato, fuente: unsplash.com

Lo que se necesita es aprender a observar el mundo tanto hacia dentro como hacia fuera.

Un observador tiene los ojos del niño y del sabio a la vez. Un niño mira con ojos abiertos, siempre preparados para una sorpresa y un nuevo descubrimiento. Un sabio observa imparcialmente, con la atención dirigida plenamente al presente, captando todos los detalles, pero sin dejarse arrastrar por las emociones y la vida propia de la mente. Un observador de la vida experimenta esta vida en toda su totalidad pero nunca se deja confundir por su percepción instantánea de lo que está experimentando con la realidad en sí.

El observador, por tanto, siempre está abierto al hecho de que otras interpretaciones de su experiencia son posibles.

Nunca opera en términos rígidos que clavan las identidades con las palabras “soy”, “es”, “son”, sino que siempre contempla la posibilidad de que cualquier cosa pueda ser eso o aquello. Todo cambia. Lo que hoy es A mañana puede ser B.

La identidad del observador es un constante “work-in-progress” (trabajo en construcción), por lo que nada en el campo de su percepción, ni siquiera él mismo tiene características intransmutables.

Fotografía: Cortesia de Aziz Achaki, fuente: unsplash.com

Así pues, en la vida de un observador no existe fracaso, porque no hay ninguna escala inflexible que indique que algo es correcto o incorrecto. Cualquier suceso es simplemente un paso en el proceso del desarrollo existencial, en la creación de la vida. No existe aburrimiento, porque no hay rutinas, no hay repetición automática: los ojos del observador están en búsqueda constante de nuevos detalles, de nuevas perspectivas y combinaciones, lo que convierte cada día en un camino misterioso hacia las profundidades del país de las maravillas. No existen obsesiones, depresiones, estrés ni otras comeduras de cabeza, porque el observador no vive dentro de su mente, no se identifica con sus pensamientos y con sus emociones. Los vive plenamente, pero no los confunde con la realidad. Observar a su mente desde afuera le proporciona perspectivas imposibles de obtener si lo hace desde dentro. Al fin y a cabo el observador creativo lleva una vida más sana. Curiosamente, en hebreo “creación” tiene la misma raíz que “salud”.

Crear al observador creativo interno requiere una práctica diaria.

Es un hábito que uno necesita desarrollar. Y el desarrollo de cualquier nuevo hábito siempre es más fácil si el proceso es compartido con alguien. Pero ¿cómo puedes compartir un proceso que principalmente transcurre en tu interior? Una de las respuestas de muchas tradiciones de desarrollo personal ha sido el diario. Un diario te ayuda a tomar una perspectiva desde afuera de algo que está dentro, es un vehículo de desarrollo del hábito y disciplina y es a la vez un compañero de viaje.

El comienzo de la cocreación con la vida.