Estoy colgada a la altura de no sé cuántos metros, a la mitad de una roca de Montserrat. Los únicos puntos de apoyo que impiden que caiga al vacío son unos minúsculos salientes de piedra, de no más de un centímetro, a los que se agarran mis dedos y unas protuberancias, prácticamente imperceptibles también, contra las que se presionan las puntas de mis pies.
Tengo un problema. Estoy buscando dónde poner mi mano o mi pie para hacer el siguiente movimiento hacia arriba y no encuentro ninguna posibilidad. Las únicas alternativas que me podrían garantizar más o menos la posibilidad de agarrarme ya están ocupadas por mis pies y manos. Siento que se me están cansando los pies y el dolor causado por la presión contra la roca está creciendo. Siento una necesidad imperativa de soltarme.
Imagino la consecuencia inminente de lo que va a pasar si me dejo vencer por este impulso de debilidad. Empiezo a hiperventilar. Vale, ya sé que no me voy a caer del todo, que tengo una cuerda atada con un súper nudo a mi arnés y arriba mi monitor me está asegurando. Pero la perspectiva de hacer un balanceo en el precipicio, rozando las rocas, golpeando con mi cuerpo esta rugosa pared tampoco me hace ninguna gracia. Ni me la hace imaginarme aquella sensación de caída, aquella que siempre nos provoca un miedo primordial e incontrolable, aunque sólo sea que tropieces en un escalón y al final no acabes cayendo. No has caído pero la sensación de caída te provoca un susto mucho más desagradable que cualquier dolor de heridas de verdad. Y además, ¿y si el monitor se despista y no me aguanta?
Me estoy imaginando todas esas cosas que hipotéticamente podrían pasarme, y me entra un pánico que hace aún más difícil agarrarme a la pared o cobrar el valor para empezar a subir de nuevo. Necesito tranquilizarme. Necesito volver a este momento presente. Empiezo a respirar. In. Out. In. Out. Poco a poco las pesadillas hipotéticas desaparecen de mi mente. Estoy aquí con la roca en mis manos y bajo las puntitas de mis pies. No existe ni arriba ni abajo. Sólo está lo que tengo delante de mis ojos. Muevo una mano. Ahora un pie. La mano aquí. El pie allí. Otro pie. Otra mano…
“¡Muy bien, Irina! Ya estas aquí.” Subo la mirada. El monitor me está sonriendo. Estoy en la cima de la roca. “¿¿¿Ya he subido???”


¿Qué tiene que ver todo esto con la experiencia del emprendedor?
Vamos a construir puentes. En las últimas semanas hemos hablado mucho aquí sobre el miedo al fracaso. Una de las razones por las que este miedo nos paraliza es precisamente por esta habilidad nuestra de dejarnos llevar por la aterradora realidad de nuestra imaginación, que presenta delante de nosotros todos los horrores hipotéticos de lo que nos podría pasar. Ojo. Mientras que un error en un proyecto que emprendas simplemente puede endeudarte de por vida en el peor de los casos, un error en la escalada puede costarte la vida. Así que es importante evitar errores.
Pero la única manera que uno tiene de evitar estos errores es estando presente.
Cuanto más nos dejamos llevar por las vidas hipotéticas de nuestra mente y menos estamos en el aquí y ahora, más riesgo hay de que nos despistemos, que perdamos un detalle clave, que malinterpretemos las señales del entorno o que valoremos mal nuestras propias fuerzas y capacidades. Y esto se aplica tanto a la experiencia de la escalada, como al desarrollo de un proyecto emprendedor.
Cuando iniciamos un proyecto, especialmente si es un proyecto grande (por lo menos en nuestra opinión) que requiere de nosotros mucho más que todo lo que hemos hecho antes, a menudo uno puede tener la sensación de estar escalando una montaña. A veces esta montaña puede ser incluso tan alta como el Everest. Y uno alza su vista hacia arriba, hacia aquella cima que parece inalcanzable y empieza a sentirse impotente y frustrado. “Seguro que nunca podré a llegar allí”. Y después de horas y horas de trabajo y esfuerzo, uno sigue mirando hacia arriba y sigue sintiéndose pequeño y débil, y la cima permanece imponente pero ilusoria. En este momento uno está dispuesto a rendirse. “¿Vale la pena todo este esfuerzo si nunca seré capaz de llegar allí?”
Cuando se inicia un proyecto, uno puede tener la sensación de estar escalando una montaña.
Pero si uno fija un sitio cercano, a donde puede llegar una cuerda; si escala en equipo y tiene a alguien que le puede asegurar; si está presente y en cada momento sólo pone su atención en su experiencia actual, en lugar de en lo que podría pasar o lo que no ha pasado. Paso a paso. Pie aquí. Mano allí. No te has dado cuenta de cómo, pero ya has llegado a la primera reunión. Así lanzas la cuerda de nuevo y sigues escalando.
Éstas son las claves:
- Cuando el objetivo final aparenta estar demasiado lejos. Dividir el trayecto demasiado largo en tramos más manejables para que cada próximo hito resulte más alcanzable.
- Tener la dirección marcada. Mientras escalas puede que en algún momento tengas que desviarte a la derecha o a la izquierda, pero la cuerda siempre te indica a dónde necesitas llegar.
- Cuanto más novato eres más importancia tiene ver cómo alguien con experiencia escala por delante de ti. Claro está que sería ideal encontrar un mentor que pueda guiarte y compartir contigo toda su experiencia. Pero desafortunadamente no todos o no siempre tenemos esta suerte. Aun así, las alternativas son muchas. Desde leer las biografías de los emprendedores del pasado, hasta buscar un grupo de personas de tu entorno que estén pasando por la misma experiencia. Ve a los eventos de First Tuesday o búscate un grupo de emprendedores en MeetUp.
- Tener un sistema de aseguramiento. Alguien tiene que aguantarte la cuerda. En la vida real esto se puede traducir en varias cosas. Desde un seguro real que pueda protegerte económicamente de un error, hasta un circulo de apoyo que hará la caída menos dolorosa, si es que caes. Amigos, familia, un equipo o simplemente tus héroes, que te inspiren si eres un alma solitaria.
- Estar presente en cada momento. Ir paso a paso. Dirigir tu atención a tu experiencia actual en lugar de divagar por los miedos hipotéticos. Si el pánico se apodera de ti, respira. Vuelve al presente. Enfócate en lo siguiente que tienes por delante. Así, paso a paso, no te darás cuenta de cómo llegas al siguiente hito. Y poco a poco ya no tendrá importancia si llegas a la cima o no, porque te divertirá el proceso en sí. Aunque llegar a la cima también emociona. Pero primero, aprende a emocionarte por conseguir las metas pequeñas.
¿Y qué pasa con el miedo a caer?
Pues a lo mejor, en algún momento dado, vale la pena caer. Para que veas que la cuerda te aguanta. Para que sepas que aunque te hayas rasguñado las rodillas, te hayan salido unos cuantos moratones y el susto que hayas experimentado sea de verdad asqueroso, no pasa nada. Retomas la escalada y sigues adelante. Si te concentras en el presente el miedo se pasa.
Así que aquí tienes tu ejercicio de la semana. Es un ejercicio de terapia Gestalt para desarrollar la atención en el momento presente. Cada día de los próximos 7 días, durante como mínimo 5 minutos, descríbete a ti mismo tu propia experiencia en el momento actual. Es importante que completes las frases en tu mente (si quieres puedes decirlo en voz alta) y que cada frase empiece con “Aquí y ahora…”. “Aquí y ahora mis dedos están pulsando el teclado de mi Mac mientras yo estoy escribiendo este artículo. Aquí y ahora mis ojos ven estas teclas negras cuadradas con las letras blancas en el medio. Aquí y ahora estoy escuchando el ruido del disco duro. Me está doliendo la espalda y tengo hambre.” Procura, al principio, limitarte solamente a la descripción de tu experiencia sensorial: vista, tacto, oído, olor y gusto. Ya que cualquier interpretación de la experiencia que vaya más allá de los sentidos, si no tienes experiencia en estar presente, te puede llevar del momento actual a la maravillosa realidad virtual de tu mente. Poco a poco aprenderás a extender tu consciencia del presente más allá de los sentidos, hacia tus emociones y tus pensamientos. Pero de esto ya hablaremos.
Que la presencia te acompañe.

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